domingo, 20 de julio de 2014

EL MORO DE FACUNDO QUIROGA


«Vengo a buscar mi caballo
para adornarme con él
mañana saldré a los campos
quién sabe si volveré.»


Atahualpa Yupanqui.

«Sabe que López tiene en su poder un caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacas! ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!»

D. F. Sarmiento. "Facundo. Civilización y Barbarie", 1845.


La mitografía nacional tiene anécdotas propias de la mejor literatura, dignas de la mitología de la Grecia homérica. Cuando Juan Facundo Quiroga fue asesinado por el puñal traidor, las sospechas cayeron sobre tirios y troyanos, unitarios o federales por igual. “¡No ha muerto!” ¡Vive aún!”, decían los paisanos de Cuyo y de los llanos riojanos que lo sequían y veneraban; “¡Ha de volver a montar su Moro para combatir a los salvajes!”, se enfervorizaban sus correligionarios. Y es que de larga fama era el Moro, el caballo de Facundo, y su nombradía acompañaba al Tigre de los Llanos. Se dice que el General lo consultaba antes de la batalla, por la singular inteligencia del animal, y hasta que la bestia se indispuso con su General por no haber seguido sus consejos en Oncativo; que como el Bucéfalo de Alejandro, sólo él podía montarlo; y lo mentaban tan veloz como un rayo y resistente como el quebracho. Para Quiroga, más que su caballo, era su amuleto, y se diría, su verdadero lugarteniente.

Facundo montando su famoso caballo moro
La inquina de Facundo contra Estanislao López –caudillo de la invencible Santa Fe– y las mutuas desconfianzas, eran bien conocidas. Luego del desastre de Oncativo, el moro de Quiroga desapareció; el riojano se convenció de que estaba en poder de López, luego de tomárselo a Gregorio A. de Lamadrid. Sus reclamos al santafesino se convirtieron en furia, aún cuando López se cansó de desmentir esas acusaciones: “Puedo asegurarles compañeros que dobles mejores se compran a cuatro pesos donde quiera; no puede ser el decantado caballo del general Quiroga porque éste es infame en todas sus partes”. Pero Quiroga no desistió de sus acusaciones, y lanzó su diatriba, en palabras que D. F. Sarmiento conoce de oídas y reproduce en su “Facundo” literariamente: “Sabe que López tiene en su poder un caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacas!, ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!”

La protesta de Quiroga alcanzó tal magnitud, que la diplomacia de don Juan Manuel de Rosas debió intervenir para que el asunto del caballo mentado no quebrara las relaciones entre dos aliados claves de la política federal. Hoy, a la distancia, el hecho puede parecer una tontería, o una vanidad, pero en aquel entonces no lo era. Un caballo, y máxime el de un General y un caudillo, es más que una montura: es su patrimonio y su adorno. Y cuando Juan Facundo Quiroga es emboscado y muerto en Barranca Yaco, las sospechas recaen sobre López. El asunto del moro, los celos por los triunfos de las armas de uno y otro caudillo, y el clima de desavenencias políticas en el bloque federal, alimentan las sospechas sobre el santafecino.

Rosas será todo, menos salomónico: mandó a ejecutar a los hermanos Reynafé, de Córdoba acusados del infame crimen. Facundo y su moro mentado se convierten en leyenda de los campos y pueblos argentinos. Estanislao López murió de viejo gobernando su Provincia. Jamás devolvió el moro a su legítimo dueño.

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